Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
NOTICIAS SOBRE EL RIO DE LA PLATA: MONTEVIDEO EN EL SIGLO XVIII



Comentario

CAPITULO V


De los provechos que resultarían al Estado de poner en

orden la población de la campaña



No estriba todo el provecho que esperamos extraer de nuestros campos, en la multiplicación del ganado vacuno y en el fomento de los cueros. Estos provechos serán resultas de los planteles que haga la religión. Nosotros aspiramos y principalmente a la extinción de bandidos y forajidos que inundan aquellos campos, a la civilización política y moral de sus habitantes; a la propagación legal de la especie humana; y a la extinción del contrabando. Estos son los objetos que nos hemos propuesto en la curación de aquella Babilonia: objetos dignos de un político cristiano y que a su sombra nos han de nacer los frutos temporales que necesitamos, porque seguramente sabemos que después que los labradores de este gremio sean personas conocidas y morigeradas no vagará por inciertas manos el dominio de la campaña; se tributará a la corona; se acreditará con obras la religión; juntarán a la cría del ganado la cultura de la tierra, se dedicarán a algún ramo de la industria; no acogerán fugitivos; darán consumo a las manufacturas de España, y tropas a nuestro ejército. Con sólo poder extraer de la campaña los hombres precisos para reemplazar los dos regimientos fijos que guarnecen a Buenos Aires haría el Estado una ganancia de consideración. Con tener expedito este recurso, se ahorraría el Estado la pérdida de llevar de España, por los avisos que salen de la Coruña, toda la gente que necesitan aquellos dos regimientos. Este es un perjuicio del mayor gravamen para toda la nación, porque en diez o doce hombres que pierde cada dos meses reclutados por las banderas de estos mismos regimientos en la Coruña, pierde para siempre otros tantos labradores; y pierde más otros tantos matrimonios, que insensiblemente van dejando a la nación exhausta de hombres y sobrada de mujeres sin poder tomar estado que tenemos de experiencia ser absolutamente irreparable,

porque el que una vez fue a Indias trocando el fusil por el arado, no deja aquel para volver a tomar éste. E1 soldado, aunque aprenda subordinación en la milicia, adquiere en ella misma un espíritu de superioridad, y una opinión tan ventajosa de su carrera que desdeña cobrar después la que renunció para vestir el uniforme; y tiene por inferiores así hasta sus mismos hermanos considerándolos como labradores o artesanos. La vida de cuartel, con ser penosa y recogi-da, trae una cierta independencia que no se encuentra en el campo labrando la tierra o pastoreando el ganado. E1 soldado que en su compañía obedecía religiosamente a su cabo, y no hablaba a su sargento con el sombrero en la cabeza, tiene por intolerable volver a caer bajo la patria potestad, o dar en manos de un amo. Sabemos por experiencia que el que pasó a las Indias con este destino, no vuelve más a su casa.

Lo común es reengancharse en la Milicia luego que cumplen su tiempo, o dedicarse a un oficio, o arrendar tierras y hacerse labradores. Tomado una vez el gusto al manejo de la plata fuerte, cuesta mucha repugnancia volver al apocamiento de la calderilla, y a ser criados de un particular. Lisonjea demasiado el no cargar los bolsillos de otra moneda que no sea plata u oro, y el ponerse sobre el pie de adquirir por 200 ó 300 pesos un criado que nos llame señor y a quien creemos tener derecho de vida y muerte y tanto más lisonjera esta vanidad cuanto se ha distado más de poderse conseguir. Conque los soldados que pasan de España a América es más fuerte esta tentación que en los que nacieron con obligaciones dignas de otros empleos. Resulta de esto que una vez licenciados del servicio, y escogido destino en que ocuparse, contraen matrimonio en Indias, y ya perdieron hasta la memoria de España para siempre. La Nación pierde en ellos un labrador tributario, o un artesano industrioso, y la prole que podría originar; y en 60 u 80 hombres que pasan a Montevideo en los correos cada año, se pierden en el discurso de diez, dos regimientos de vasallos, hecha la cuenta por el dado más inferior de los posibles.

Las campañas de Montevideo bien arregladas no sólo podrían excusarnos la extracción de aquellos 60 mozos cada año, sino un regimiento entero en cada decenio, que reemplazase a los que sirven en España: una vez que en el día los dos Fijos que tiene Buenos Aires, apenas cuentan dos criollos por Compañía; y el de Infantería quizá no tiene uno de ciento que no sea gallego.

Esta falta trasciende del mismo modo a la Marina, a las Artes, al tráfico, y a todos los ramos de una monarquía, pero lo principal es la agricultura, porque pudiendo la península pagar con más que con tres millones en vino, aguardiente, lanas y sedas de su cosecha, los 36 que necesitan para su consumo y el de las Américas, evidente cosa es, que mientras menos coseche menos pagará en frutos y más en plata acuñada, y será menos su cosecha, mientras sea menor su población.

El arreglo y la población de los campos de Montevideo era capaz de concurrir de muchos modos a la conservación de nuestra plata y oro acuñado que debe ser todo el grande objeto de un Ministro de Estado. Esta campaña, a quien su creador privilegió tanto en la fecundidad, si se hallase poblada sobre principios de buena policía, daría multiplicados los frutos que hoy rinde silvestres, y los daría de muchas especies. En el día, se reduce toda su producción a un solo efecto, que es el de cueros al pelo; y labrada la tierra como lo harían sus habitantes mejor civilizados, produciría nuevos frutos y propagaría más el ganado. Azúcar, tabaco, algodón, lanas, trigo, lino, hierbas, cáscaras, y gomas, son unos renglones del mayor consumo de Europa que podrían producirse en abundancia sobre aquellas campiñas; con la excelencia de que lo que en otras se puede esperar y no se consigue por sus grandes gastos, allí sucede al contrario: abundan las proporciones, y falta el ánimo para la empresa; sólo se necesita que se dé principio a la obra, que raye la luz y la enseñanza sobre aquellos hombres aletargados; que se les ponga a la vista el tesoro que poseen y que se les den lecciones prácticas del modo de disfrutarlo. El terreno se adquiere a poca costa como ya hemos dicho; el ganado de labor no tiene precio; la carne para el sustento cubre los caminos; pan, ni se apetece, ni se gasta; la hierba mate vale poco y se cría por allí; vino y aguardiente no se da a los jornaleros; el domicilio de todos es un rancho pajizo; el vestuario, sólo es preciso para la honestidad; el agua llovediza es continua, y toda la tierra está cruzada de ríos y arroyos de dulce y cristalina agua; la carretería para los transportes se arma con bueyes; con que los aperos de labor son el más grande desembolso que tienen que hacer aquellos labradores. Pero esto y todo lo demás que hubiesen menester, lo llevaría el comercio hasta las puertas de sus casas, luego que hubiese poblaciones, y el mismo comercio levantaría de aquellas los efectos de sus cosechas, sin que el labrador necesitase desviarse un paso de su hogar.

Lo extraordinario de estos pensamientos, es su extraordinaria facilidad; ser tan correspondientes en la práctica como son vistosos sobre el papel; poder pasar de éste a la existencia física de un ser verdadero, sin que lo embaracen aquellos obstáculos invencibles en que tropiezan siempre las grandes empresas. Nada tiene de áspera, ni de costosa la reforma de aquellos campos. No es necesario abrir canales, allanar montañas, partir cerros, y menos, apurar el erario o pensionar con derramas al vasallo. Todo estriba en enviar un comisionado de talento y de celo, un ministro experto y diligente, autorizado de facultades y sobre todo práctico en las costumbres del país y en el carácter de sus habitantes, para que sepa ajustarse en sus providencias a lo que pide el genio y el temperamento de sus vecinos. Este es el principal fondo que ha de costear la obra: un comisionado de prudencia, de suma actividad, y de una condición blanda y accesible sin bajeza que lleve delante de él la predicación del Evangelio y la enseñanza de la doctrina. Sobre este cimiento se edifica con solidez hasta la altura que se quiere.

Al abrigo de media docena de capillas, regidas por buenos párrocos, se congregarán en breve las familias dándoles en propiedad un solar de competente extensión. Congregadas, oirán con gusto la palabra de Dios, y recibirán su Ley de mano de los misioneros que se destinen a esta obra; y cuando ya se encuentren con una tintura de religión, -cuando estén en costumbre de ver Misa los días de fiesta, de confesar y comulgar, de ofrecer sus votos a Dios, y de dar sepultura a los difuntos, se unirán en matrimonio sin repugnancia, y criarán a sus hijos sobre el pie de civilidad en que viven las demás ciudades de América. Ellos entonces formarán sus cabildos, nombrarán justicias, castigarán los delitos, celarán que no se cometan, guardarán el campo, herrarán el ganado, y se subordinarán a las ordenanzas de policía-, que les dicte el gobernador del campo.

Así se han formado en todos tiempos las mayores ciudades del universo. Así previenen las leyes de indias que se pueblen las villas y los lugares. Así se consigue que se engrandezcan las monarquías; y así por último se logra que no haya vasallo inútil ni perjudicial en una nación.

Este pensamiento de la población de la campaña tiene la prerrogativa de haber de donde se costee sin gravamen por mucho que sea su gasto. ¡Qué pocas veces se presenta a la imaginación de un Ministro de Estado un proyecto interesante y fácil al mismo tiempo; una empresa posible, pero sin costo ni gravamen! Quizás sólo el de la población del Campo de Montevideo reúne estas calidades. Acaso la sabiduría infinita del creador mantuvo oculto este pensamiento hasta nuestros días para enriquecer y dilatar la monarquía española bajo el poder del señor Don Carlos IV. Acaso la incuria con que se ha mirado este punto por tantos años ha podido consistir en estar reservado para confiarse a la diestra mano del Excelentísimo señor Ministro actual del Estado.

El Rey tiene un tesoro inagotable de ganado silvestre que posee en los campos de Montevideo para costear su población y hacer otras empresas. Este ganado alzado o cimarrón de que todos se consideran dueños, sólo pertenece al Rey en propiedad. Todo él es procedido de aquellas 12 cabezas que quedaron por flacas en el año de 55, en la expedición que hizo el marqués de Valdelirios en tiempo que no había ganado en aquellos campos, ni aún para dar de comer al ejército. Es asimismo procedente del que se tomó a los portugueses en el año de 60, cuando fueron arrojados de sus estancias por don Pedro Cevallos, y viene igualmente del que fue de los jesuitas hasta el año de 67, en que fueron expulsados. Este ganado recuperado de su debilidad con el descanso y nutrido de excelentes pastos debió propagarse como es natural, y debió sucesivamente ir creciendo por terceras partes en cada año. De este mismo ganado se poblaron las estancias que se fundaron después de aquella época, y de sus pieles ha salido la cantidad de millones que han navegado a España y han pasado al Brasil y alas estancias portuguesas.

El conocimiento de esta verdad ha obligado en todos tiempos al Cabildo de Montevideo a no pretender otro derecho, a estos ganados que la tercera parte de los que pastasen entre los ríos Yi y Negro; afirmando que la otra tercera parte correspondía a los indios de las misiones, y la otra restante a Su Majestad.

Ya por esta confesión de aquel Cabildo (hecha en acta Capitular de 23 de agosto de 1781 que hemos visto), tiene S.M. una tercera parte indisputable en el ganado cimarrón vagante entre el río Yi y el Negro; y no habiendo usado de ella S.M., ni cesado de extraer ganado los indios y los hacendados, resulta cierto que todo el que se encuentra en el día dentro de aquel ámbito, corresponde a S.M. enteramente por razón de su tercera parte y los procreos de ella.

A los ganados de la sierra y de los demás terrenos realengos de aquel campo, no se atreven a pretender acción los hacendados ni los indios, conque aún cuando no procediesen del que fue de S.M. y se abandonó en los años de 59, 60, y 67, correspondía al fisco real por dos títulos, a saber por dueño del terreno y pastos en que ha nacido y engordado, y por el de bienes mostrencos desamparados y sin dueño.

Fundado así el dominio de S.M. (por unas demostraciones ajenas de contestación, y reconocidas por el Cabildo de Montevideo), nos hallamos con el fondo de caudal que nos da costeada la población y cuantas empresas se quieran levantar; porque aunque se reparta toda la campaña entre cien pobladores, y se den a cada uno 4000 cabezas, restan muchas más en la sierra para gastar en cuanto se quiera; y en matándose con proporción y con medida, nunca puede agotarse, como no se ha agotado en los muchos años que con tanta indolencia y codicia se ha estado sacando a millones.

De dos modos muy sencillos puede aprovecharse S.M. de estos ganados: o reduciéndolos a cueros y haciéndolos vender en Montevideo, o dando por cierto precio licencias de matar a los particulares que las soliciten.

El primer arbitrio es más proficuo al Erario, pero necesita de ministros y operarios que lleven cuenta y que practiquen la faena. E1 segundo, excusa estos gastos, pero no es tan útil; y de uno y de otro modo hay de donde formar un fondo que sufrague todos los gastos de población y erección, fuera de otros muchos ramos de que hablaremos a la oportunidad. Bien entendido, que en cualquiera de aquellos dos casos debe ponerse un Veedor que evite los destrozos del ganado haciendo separar para el cuchillo el toro de edad que no necesita para casta, salvando siempre las crías y las madres.

Que para todas estas grandes incumbencias debe destinarse un Gobernador intendente, tan capaz como pide la materia con residencia fija en la campaña en paraje donde pueda atender a todo, es cosa indispensable; como el que ha de llevar un contador, un tesorero, un secretario, un asesor (que sirva de teniente del Gobernador) y los amanuenses necesarios porque fiar esta obra a ministro que tenga otra ocupación es hacerla inexpedible, y ha de ser también preciso que se le destine un oficial ingeniero que delinee las poblaciones, levante los planos de las iglesias y cabildos, y corra con el gasto de estas obras.

Pero aun cuando hubiesen de costar mucho dinero y no tuviésemos de donde costearlas, es tal la empresa que después de plantificada produce un nuevo caudal para el erario en el crecimiento de las alcabalas, almojarifazgos y reales novenos; caudal de tanto bulto y seguridad, que en solo él se podían librar los primeros gastos de la obra sin ningún riesgo. Ambos fondos tienen la excelencia de ser de perpetua progresión y muy ricos sin tener nada de imaginarios. El del ganado vacuno crece un tercio cada año. El de las alcabalas, almojarifazgos y novenos rinde a proporción de lo que se comercia y siembra. Uno y otro son infalibles en el rédito; y si el ganado admite composición, el otro es incalculable, porque aumentando el comercio con una nueva república de tan dilatada extensión, se criarán nuevos frutos, se incrementarán las extracciones, y dará consumo el campo a un millón de pesos en mercaderías, que o no se embarcan hoy o se malbaratan por sobrantes.

Como el privilegio exclusivo de abastecer las Indias y el de extraer sus frutos en cambio, son dos manantiales perennes de riquezas nada es más útil al Estado que fomentar en aquellas regiones el consumo de los efectos de más comercio y la cría de lo que necesitamos para el nuestro; porque con tal que los españoles sean los únicos que transportan mercaderías a Indias, y que conduzcan sus frutos a España para cambiarlos por las manufacturas extranjeras poco importa que no se aumenten nuestras fábricas.

Un comercio activo y pacífico que nadie venga a fuera a disfrutarlo, debe consistir en que trayéndonos los diez y nueve millones de pesos que necesitamos todos los años para proveer las Indias, y siete para surtir a España de ropas, especería, bacalao, salmón, brea, alquitrán, maderas, mástiles, jarcias, cáñamo, lona, suelas, pipería y nos alcancen las ganancias de aquellos 19 millones negociados en Indias a satisfacer esta deuda sin tener que tocar el capital atesorado.

De los 26 millones de pesos sencillos, sólo paga España tres en los frutos de su cosecha; esto es en vino, aguardiente, lana y sedas; y de los 23 restantes los ha de buscar en indias.

Estas se labran todos los años de 24 a 26 millones de pesos fuertes en esta forma:



En México de 11 a 13: uno en oro y los restantes en plata.........................12"

En Guatemala de uno a uno y medio de plata ..............................................1"

En Santa Fe de uno y medio a dos, y medio oro ..........................................2"

En Potosí de 4 a... (medio en oro).................................................................4"

En Lima de 4 a 5 (medio en oro) ..................................................................4"

En Chile de 1 a 1 1/2 (oro) ............................................................................1"



Vienen de América de 9 a 10 millones en frutos de su cosecha, a saber en granos, cochinilla, añil, cacao, azúcar, cueros, tabaco, palos tintes y de construcción, algodón y lanas, conchas hierbas y cáscaras (tintes y medicinales), cobres, piedras preciosas, gomas y vainillas, y en oro y plata se traen a nuestros puertos doce millones de nuestra moneda, o 9 de la América, y en ambos renglones; esto es, en oro, plata y frutos vienen de ellas a la Península de 21 a 22 millones de pesos de 128 cuentas y tres que producen en nuestras cosechas hacen de 24 a 25 con que hasta 26 que entran de afuera nos faltan dos, que han de salir del capital o fondo del comercio.

El extraer de Indias y trasladar a España por la carrera de comercio le da cuanta plata, oro y frutos, produzcan aquellas colonias, para que sobrante de sus ganancias y el valor de los derechos reales se amortice en España; es el blanco del interés a que deben encaminarse las máximas del Estado.

Para el logro de esta importante idea hay muchos recursos, pero dejando los que hacen menos a nuestro intento, es uno de aquellos el dar fomento a la cría de frutos de indias, y al aumento de su vecindario. Una nueva colonia de numerosa población, ocupada en la cría de diferentes producciones y obligada a consumir las del suelo de Europa, ofrece dos granjerías del mayor provecho. Ella aumenta con seguridad el despacho de nuestras mercaderías; y nos proporciona con abundancia y comodidad la extracción de lo que necesita la Europa de la cría de aquel terreno. Todo es ganancia para España; todo cede en beneficio de la nación. Mientras más salida tengan las cargazones de sus naves, más compras al extranjero, y esto más se mejora el comercio de encomienda o factoría y el de corretaje en las plazas de nuestra Península. Duplica el erario Real, la renta de las alcabalas y almojarifazgo de entrada. Da mayor fomento a la navegación, a la marina mercantil, al comercio de fletes; al de seguros, y al de cambio marítimo. Crece el ingreso del fisco en indias a proporción de lo que sube el valor de lo que se transporta. Suben las alcabalas de todo lo que se vende allí en cambio de las mercaderías, y vuelto a retirar para España el producto de lo vendido o cambiado, vuelven a disfrutar sus porciones, respectivas los ramos, de fletes, seguros, premios, corretajes, factorías, etc. Y lo más apreciable de todo es que se logra sacarle a la América todo su sobrante y amortizarlo en España en plata física, sin que la nación esté gastando de su fondo atesorado no dependa la Metrópoli de sus colonias, como está sucediendo, no sin peligro inmediato de que la señora de las provincias llegue a ser tributaria de la que debe ser su vasalla.

Pero no lo hemos dicho todo. El levantar una república de hombres labradores que se dediquen a criar todos los frutos posibles para darlos a los extranjeros en cambio de sus manufacturas, y que quede en la Península la mayor parte del producido de nuestras seis casas de moneda, es un provecho de más importancia que lo que sabemos explicar.

Un solo millón de pesos que se registre de más para las Indias y que se retorne uno y medio de frutos que ahorra la extracción de otro tanto en plata; y ésta que queda en el seno de la nación, da un vigor exquisito a su comercio y aumenta la agricultura en Indias. Y cuando de esto pueda resultar que los extranjeros suban de precio sus manufacturas, más crecerán las alcabalas, más valdrán aquéllas en América y esa más plata le sacaremos.

Los americanos se verán precisados a vendernos más baratos sus frutos desde que estos sean copiosos; y los españoles seremos árbitros en venderles con nuestras ventajas, siendo ellos más a consumir; ellos no sólo se multiplicarán en el número así que sean congregados por familias, sino que se uniformarán en el traje con el común de los americanos españoles y se avergonzarán de andar desnudos. Del vestido honesto y llano, pararán al vistoso y al de moda, y en el discurso de veinte años, vendrán los nuevos colonos de la campaña a equivocarse en el exterior y en las costumbres con el resto de sus compatriotas.

Estos no se diferencian de nosotros en otra cosa que en gastar un lujo más fino o más brillante; y el menos aseo o limpieza a que obliga allí la servidumbre de los esclavos, hace preciso un doble repuesto de ropa, y muebles para sostener la decencia respectiva. Luego que los campestres se civilicen y tornen gusto al provecho de la agricultura, admitirán el traje, y los estilos de las capitales, y así que se identifiquen todos en el vestuario, nacerá la emulación entre unos y otros, y será igual en ambos el buen porte en las personas y el ornato de las casos; al paso en que en el día ni andan vestidos, ni duermen bajo de techado.

Para el logro de esta idea está negociada la mitad con ser de color blanca toda la población que habita en estas campañas y libres de condición. Estas dos calidades le dan reputación de españoles, aunque no lo sean todos; y esta opinión los tiene en la de poder ser iguales a nosotros en todo lo que se alcanza por dinero. Así se ve que el que lo tiene de esta gente viste con aseo y que aspira a presumir de español rancio desde que se ve vestido al uso.

Si la nueva república de que tratamos se hubiese de componer de menos indios, o de las castas serviles, de negros mulatos, zambos y chinos, quizás sería imposible hacerlos vestir a nuestro estilo; porque ellos adoran sus costumbres y gustan poco de imitar a una nación a que no aman. Los segundos caminan por sendas opuestas, como antípodas que son de los primeros; pero como personas miserables, y de la extracción más baja del mundo, nunca pueden remontarse sobre su esfera, y siempre piensan como lo que son. Unos y otros se parecen en el desaseo, y el desaliño en que viven desde que nacen, cierra las puertas al lujo que es el imán del comercio.

Pero una república de gente española brevemente hará un honor de parecerlo. Principiarán por el traje, pasarán al uso de la comida condimentada, levantarán casas y concluirán adornándolas según las fuerzas de sus posibles. E1 comercio aumentará con estas gentes todos sus objetos de negociación. La comida a la española aumentará el consumo de muchos renglones de que no hay noticia en la campaña, o de que sólo se hace un corto uso; tales son los vinos de España, el recoli, el aceite, el vinagre, el azúcar, las menestras, las frutas secas, los medicinales, etc. y al mismo tiempo introducirá el uso del pan, que como no lo gastan no lo siembran, y cosechado en abundancia podría pasar a España en harina para un año escaso, con ahorro de la plata que nos extrae el África en este renglón. Se edificaría la vivienda necesaria en la campaña con respecto a su población; y a la construcción se seguiría el mueblarlas con el menaje que se llevase de España.

Una nación uniformada en el vestido, alimentada a nuestra moda, recogida en casas de ladrillo, instruida en doctrina cristiana, dividida en familias, propagada para el matrimonio, regida por sus jefes, poseedora de un terreno inmenso bueno para criar ganado, excelente para siembra, y a propósito de plantíos, bajo un clima templado a la altura del polo en que está España, y capaz de sus mismas producciones con la ventaja de tener mucha mas cantidad de aguas y abundantísima boyada y caballada para facilitar los transportes, precisamente habría de incitar a aquellos habitantes a labrar sus tierras, a rodear su ganado, a poner ingenios, a salar carnes, a hacer pesca de ballenas, a levantar carretería, a beneficiar el algodón, a criar lanas, y a aprovecharse del tesoro común que brinda aquel terreno.



La dificultad de esta obra sería de grande momento si para establecerla necesitáramos de acopiar familias y transportarlas de un lugar a otro. Esto que fue de tanto embarazo como de costo en la poblaciones de Sierra Morena, haría impracticable en indias el proyecto de que hablamos. En la América escasea como todos saben la gente blanca de humilde condición y ésta vive tan apegada a sus hogares, que no hay necesidad tan extrema, ni conveniencia de tanto tamaño. Idólatras de sus costumbres hasta en lo que entra por los sentidos externos, nada les acomoda sino lo que tienen conocido; y el interés y la curiosidad que a tantos peligros ha arrojado a los hombres, no es tentación suficiente a hacerles perder la posesión de su sosiego. Los indios no reciben estas transmigraciones de lugar a lugar ni las leyes permiten que se ejerciten porque son nocivas a su salud si los temperamentos son diversos. Y el indio no es apto para poblador, no conviene distraerlos del trabajo de las minas. Nuestros españoles europeos apenas alcanzan para cubrir el suelo de la Península; y al fin puestos en Indias son raíces transplantadas que no siempre prevalecen. Así hemos visto que los proyectos de poblar sobre Maldonado y por la costa patagónica con familias europeas, no ha podido tener efecto; y después de privarse la nación del auxilio de aquellas familias han perecido allí las más al rigor de la intemperie o a las penalidades de aquel destierro.

Pero por ventura el pensamiento de poblar el territorio de Montevideo está favorecido de una muchedumbre de personas de ambos sexos de condición libres nacidas, criadas, o vecindadas en aquel continente; o sus inmediaciones, que nada van a experimentar de nuevo con todo que van a renovarse. Allí están y allí se quedan. Ni pierden su patria ni sus familias.

Conservan sus posesiones, y el modo de conservarlas que haya elegido cada uno. Sólo se les va a mandar que se reúnan en sociedad para que se socorran mutuamente que reciban tierras y las labren; que tomen solares y los edifiquen; que recojan su ganado y cuiden de aquerenciarlo y aumentarlo. Nada más se les pide, ni se les debe mandar. Lo demás que se desea nacerá de la misma sociedad sin que se mande. La religión por una parte, y la política por otra, introducirán insensiblemente los matrimonios, la educación, las buenas costumbres, el amor al Soberano, la limpieza, la industria, las artes, la civilidad, y el buen orden. El comercio les llevará telas, dibujos, modas, y finalmente proporcionará salida a lo superfluo de sus cosechas en cambio de los que les sea necesario. Y la religión, la política y el comercio renovarán la faz de aquella tierra y la que hoy es casi desierto, o un bosque de animales vendrá a ser antes de los veinte años una república de innumerables habitantes los que hoy viven por aquellos campos en dispersión y ociosidad, unidos por el matrimonio se convertirán en padres de familia arraigados y trabajadores las mujeres que hoy no tienen más honor que la infamia de concubinato, o el de una pública prostitución encontrarán hombres de bien que las hagan ascender a la honra de esposas; la tierra que hasta hoy mantiene su entereza primitiva, sin que la haya visitado el arado, ni regándola el sudor de sus hijos, abrirá sus senos, y regalará de sus entrañas con los frutos que le pida la necesidad del labrador; la desnudez y el desaseo será un delito tan mal visto entre estos nuevos ciudadanos que hallará el castigo el que lo cometa en la irrisión de sus convecinos el sabroso manjar del pan, el primero y el más preciso de los sustentos del hombre a quien el mismo Dios enseñó el modo con que había de pedirlo cada día, vendrá con el tiempo a mezclarse con el restante alimento, y se desasirán del nimio apego a la carne (medio cruda) de que hacen su única comida; la habitación compuesta en el día de media docena de cueros puestos en pie y atados en unas estacas, se formará de ladrillo y mezcla que pasará en herencia de padres a hijos; las costumbres silvestres y feroces en que por necesidad han vivido aquellos infelices se trocarán en humanas y políticas dando fin a los amancebamientos, incestos, adulterios, robos, muertes, heridas, embriagueces y blasfemias, con que ofenden a Dios, injurian al prójimo y deshonran la naturaleza.

De este modo se han civilizado todas las naciones, se han formado las grandes ciudades, se han domesticado los bárbaros, se han conquistado los infieles y se han vinculado al mundo. De este modo se renovó la Sierra Morena y aquel bosque de fieras, madriguera de ladrones terror de los caminantes, que así juntaba hombres armados para transitarla como si se fuesen a combatir a un campo de batalla, se pobló y se cultivó; y vino a ser el monumento más eterno de la augusta memoria del Señor Don Carlos III. Y nosotros lograríamos esto mismo en los campos de Montevideo, sin necesidad de enviar a Alemania por colonos pobladores, y de enflaquecer el erario. Bien lejos de esto, se incrementarían sus entradas en los ramos de alcabala, almojarifazgos y reales novenos de que vamos a tratar.